El último suelo

 




El sol no es uno. Infinitos soles han caído sobre el mundo, o más bien es el mundo el que se ha desdoblado en una seguidilla de redondeles sinnúmero, que caen. Tal vez han sido anegados, o se los ha comido un volcán, o los gigantes los han abandonado dejando atrás sus grandes casas de roca viva. Me inclino por la primer imagen. Pero no hay agua, hay Tiempo. El Tiempo que iguala a los mundos sumergidos.


Apagón. En los corredores: pasos que huyen. Nadie trae antorchas. Una luna linda, pequeña, indiferente, asoma de bien lejos por el ventanal más alto. Su persistencia es para mí un enigma: ¿acaso está anunciando el menguo de los dioses? ¿O es más bien una luz intocable, muerta de risa, mientras abajo se aproxima la hora? Su claridad sólo oscurece.  


Ahora desciendo del trono. Quisiera salir al patio a respirar la noche, pero aquí todavía me siento al abrigo de la piedra: paredes, guerreros, pórticos y cielos, altares y jaguares. Impenetrable es el corazón de la tierra, el útero de la Diosa, donde el fuego alumbra y el aire es acuoso. Debería sentirlo. Pero todo está patas arriba. El frío atenaza los demonios de estuco, y el tiempo es interminable. Ya vienen… 


Sólo queda el suelo. Caer y sentirlo con la cara, con la ingle, con las manos, con los puños. ¡Déjame entrar, oh Señor del Inframundo! Reinas sobre la única región que la marea no puede alcanzar, el profundo sitial de la paz permanente, el vientre de las cien puertas inviolables. Tu cámara real es un horno benevolente, un fogar multiplicado por espejos, una cueva sin fin que se ilumina a sí misma, sin astros, sin vegetación verdadera, sin cuerpos gravitando y chocando en vano. 


Silencio. El Amo de la Muerte quizá ríe en su propio trono, o tal vez llora, y se prosterna él también ante el último suelo pidiendo asilo a la Nada, la última madriguera. Quiero creer que ellos han caído. Que aquel barbado sin escrúpulos no es Quetzalcóatl, quizá ha encontrado a Quetzalcóatl al otro lado del océano, lo ha matado, y ha robado su barca. Ahora viene a arrebatarme mi imperio. 


Sé que he pecado. Me he creído eterno. No hay más que repetición. No eternos, sí infinitos Moctezumas que se alzan y se hunden para siempre, para luego volver.  


Allá abajo sólo hay almas desnudas. Algunas son azules, otras amarillas. El Amo de la Muerte no posee esmeraldas. 


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