El yo no es Nada

 


Pensemos en la posibilidad de que, como en Black Mirror, la entera experiencia cerebral de una persona pueda ser copiada a un disco rígido, el alma transferida al cuerpo de una máquina. Un día la persona muere, pero gracias a esta tecnología, continúa de algún modo. No hay una ninguna diferencia real entre la persona y la copia, de modo que sí, hay continuidad. Y sin embargo sentimos un sinsabor. La persona y la copia no pueden ser lo mismo. Y no por el simple hecho de que una es una copia. Hay un problema más.


Sucede que hay algo que sí muere. Una sola cosita, un detalle que lo cambia todo. La conciencia de la continuidad. ¿Acaso no es eso el “yo”? Cuando la persona muere, se interrumpe la voz en off que sostiene esa narración que llamamos “la vida”. Es eso lo que le quita status a la copia (mucho más que el hecho de la copia en sí). La copia es igual a nosotros, recuerda todo lo mismo que nosotros, ES nosotros. Pero emerge de un hiato en el que de algún modo nos perdimos, en el que algo totalmente volátil pero a la vez decisivo fue cercenado: repito, la conciencia de la continuidad. La continuidad en sí misma entre la persona y la copia es posible, pero no así su conciencia. El “yo” muere de forma irremediable.  


Pero esto nos pone frente a un dilema mayor. Porque de ser así, el yo no es nada. Es apenas una ilusión, o peor, un capricho. Es una voz que dice “quiero que esto continúe”, pero NADA MÁS. ¿Qué cambia que esa voz se apague? si hasta la persona entera puede continuar en una copia; en cambio la conciencia de la continuidad no ¿pero a quién le importa? Sólo al que quiere que “esto continúe”. ¿Pero al mundo? ¿Qué peso le añade al mundo? Nada. El yo no es nada. 


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