Edén

 



La existencia es una trampa. Esto lo supo Adán, demasiado tarde, justo antes de morir. Aunque pensándolo bien, tan poco le habría servido saberlo antes o después si, valga la redundancia, morimos.


La cosa la inició el Demiurgo (que no es Dios, pero sí el individuo más poderoso del universo -y es además, un niño- ). Dijo al hombre: 


“No comerás del fruto del conocimiento (de la finitud, pensó, pero no lo dijo). El día en que lo comas, positivamente morirás (sabrás positivamente que morirás). En cambio, si obedeces, comerás del árbol de la Vida (nunca sabrás que morirás, y no otra cosa es ser inmortal)”.


Pero para el hombre, saber valía más que cualquier promesa del Demiurgo. Y la serpiente (Prometeo) -que más tarde, en las estepas gélidas exteriores al jardín, le enseñaría a crear el fuego- no hizo más que aumentar la curiosidad de ambos, de Él y de Ella, desnudos, jóvenes aún, y con destinos entrelazados.


El Árbol de la Vida era siempre-verde y florido: porque la primavera es la ilusión de la inmortalidad volcándose sobre el mundo. En cambio, el Árbol del Conocimiento tenía hojas doradas y marrones; porque el otoño es la muerte bella, poética, en plena realización de la potencia, en beatitud. No la conocerían Adán y Eva, a pesar de haber vivido larguísimos años: porque cada día trabajarían hasta el agotamiento de sus fuerzas, con escasísimo provecho*. De un lado tendrían heladas terribles y hordas de lobos blancos; del otro, la tierra convertida en horno, ennegrecidos los trigales y las pasturas.


*Nota al pie: Hoy sabemos que Adán y Eva no son otra cosa que los primitivos cazadores recolectores, que vivían una vida idílica: 5 hs o menos para asegurarse la supervivencia, el resto del tiempo empleado en actividades intelectuales, simbólicas, de las que poco ha sobrevivido; sabemos no obstante que eran relativamente felices, que leían los bosques y las estrellas como un libro, que contaban múltiples historias junto al fuego, que comían una dieta más variada y nutritiva que la nuestra. Pero algo pasó en el medio que lo arruinó todo. Apenas un simple descubrimiento técnico: el arte del cultivo.


Dice el historiador Yuval Noah Harari que el hombre no domesticó al trigo, sino que el trigo domesticó al hombre. Como consecuencia de su producción (que prometía ser más abundante y eliminar los períodos de escasez) la gente se volvió sedentaria y con ello aumentó la natalidad: y cuánto más niños había, menos trigo para alimentar a toda la población. Por una miserable rentabilidad ahora se trabajaba más duro, el triple, que en la época nómade. Esa fue la trampa, la expulsión del Edén, el modelo agrícola que resultó ser un fracaso: pero para cuando el hombre hubiese podido caer en la cuenta, ya era demasiado tarde. Nadie recordaba cómo era la vida generaciones atrás. Quedó solamente, el mito.






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