La última tragedia de Esquilo

Una tarde, bajo las hojas temblorosas y el cielo azul de Tesalia, el oráculo (horóscopo griego) le pronosticó a Esquilo que moriría aplastado bajo el techo de una vivienda. 

Dicho esto, la solución parecía sencilla: vivir a la intemperie. De alguna forma, no le habían dado una noticia aciaga sino el secreto de la inmortalidad. Morir, ya sabemos que vamos a morir. Necio el que lo olvide.




Añádase a estas peripecias sobre el cosmos una cuestión minúscula, pero que se agigantaba sobre la cabeza de Esquilo: ésta, era calva como un huevo.

Un día, al pie del acantilado, un águila lo vio por el hueco de una nube y lo confundió con una roca. Bien es sabido que éstas cazan a las tortugas y las sueltan desde lo alto, para quebrantar esa morada andante, hecha de escamas, que las refugia de la menor contrariedad.

Al menos la muerte sería la última, pensó Esquilo, mientras el mar se cubría de sombras.

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